Biografía de la autora

BIBLIOGRAFÍA

Nací un jueves 29 de abril de 1976 en el CHUAC de A Coruña.

Crecí en As Pontes de García Rodríguez. Fui una niña del baby-boom y por eso estudié en varios colegios.

Cursé párbulos y primero de EGB (Educación General Básica) en el Colexio Público de Santa María; segundo en el C.P. de la Magdalena; y terminé el resto de los cursos en el C.P. de Monte Caxado.

En fin, yo quería ser pintora. Con cinco años, en clase de párbulos, gané mi primer premio de pintura. Me regalaron un cuento precioso que hablaba de la madera. Entre otras cosas, explicaba cómo hacer una mecedora usando pinzas.

Hasta octavo, gané todos los años los concursos de dibujo escolar organizados por las editoriales de libros. Mis padres siempre acababan comprando las colecciones y enciclopedias que les ofrecían. Desde pequeña me inculcaron un gran respeto hacia la educación y la cultura.

Lo cierto es que yo dibujaba muy bien. Recuerdo que un año por las Letras Galegas hicimos unos carteles dedicados a todos los homenajeados de esa celebración. Para hacerlos me escogieron en el grupo de escolares que mejor dibujaban. De hecho, creo que yo era la más pequeña. Los carteles eran muy grandes, como de un metro y medio o dos. Mientras que los niños mayores dibujaban miniaturas con mucho detalle en los márgenes; a mí me encargaron dibujar el rostro de Castelao en una proporción enorme. Yo pensé que me dejaban lo fácil. Años después me di cuenta que lo difícil me lo habían encargado a mí.

En séptimo u octavo de EGB quedé finalista nacional en un concurso de Nocilla con el Deporte. Dibujé a dos chicas tenista y una grada de espectadores.

El dibujo es importante para mí, porque yo, como dije, quería ser pintora; y nadie me alentó. Sólo mi profesora de EGB, Mª Covadonga Núñez López, le dijo a mis padres una vez: – “Luisa, nunca debe dejar de dibujar”. Aún las guardo en mi corazón.

En general, fui buena estudiante. Tenía facilidad para escribir. En tercero de EGB después de leer una redacción, la profesora dijo que no sabía que nos expresábamos tan bien.

Realmente, tanto era mi empeño por la pintura, que llegué a presentarme a una prueba de acceso a Bellas Artes que suspendí, pese a que la profesora que me preparó durante tres meses para hacerla, llegó a decir que si yo no la aprobaba no la aprobaba nadie…

Así que empecé (y terminé) Trabajo Social en Santiago de Compostela. Curiosamente, el primer año tuvimos que hacer una redacción sobre nuestras motivaciones para estudiar esa carrera. ¿Y qué redacción leyó la profesora entre las de 100 alumnos que recién empezábamos? Pues sí, la mía. En ella, más allá del hecho circunstancial de haber suspendido la prueba de Bellas Artes, explicaba mi dilema interior entre elegir estudiar algo enfocado hacia mí, que era el arte; o algo enfocado hacia los demás. El arte puede tener un enfoque muy abierto y universal, pero la profesión de trabajo social es única para embarrarse de realidades muy duras.

¿Y por qué a mis cuarenta y tres años me metí a escribir e ilustrar un libro como “El niño que quería un baobab”?
Porque yo soy una niña que quería ser pintora y me decían que tenía que arrancar esa vocación de mi mundo. El texto estuvo terminado en febrero del 2020 y las ilustraciones en septiembre de 2021.

PrincipitoLa obra que lo inspira es El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Intenté leer ese libro cuando era pequeña y no fui capaz. Fue después, cuando tuve 34 años, cuando lo conseguí. Y qué casual, al autor también le gustaba dibujar. Sus temáticas preferidas eran las boas y los elefantes; pero a la corta edad de 6 años abandonó una magnífica carrera de pintor para dedicarse a estudiar cosas más prácticas. De hecho, fueron las personas mayores las que le aconsejaron que se interesara más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así que se hizo aviador y llegó a algún lugar de África donde encontró baobabs. Y el descomunal tamaño de estos árboles le impresionó tanto, que construyó una metáfora comparándolos con los problemas. Se nos dice que en el planeta de los niños nacen muchos baobabs, y nos aconseja arrancarlos en cuanto se distinguen de los rosales; ya que las grandes raíces de estos árboles pueden destruir los pequeños planetas de los niños.

Reconozco y admiro la obra de Antoine de Saint-Exupéry; y agradezco a este autor la oportunidad que me da para transmutar esa metáfora. Con mi historia, confío en haber colaborado a restaurar el símbolo universal del Árbol y a visibilizar la nobleza de su realidad.

El baobab es un árbol que crece en Madagascar, África y Australia. Puede alcanzar enormes alturas y vivir miles de años. Provee a sus poblaciones de agua, refugio y alimento. Entre sus muchas propiedades, es rico en vitamina C y contiene más calcio que la leche de vaca.

La naturaleza del árbol es beneficiosa; y para mí, como metáfora, simboliza los gigantes potenciales que nacen en el mundo de los niños; y que la sociedad llama a arrancar. Hasta ahora, han sido pocos, los niños con fuerza para creer en sus sueños y cuidar de sus baobabs.

Este libro, El niño que quería un baobab, viene a invitarte a que abraces a tu niño interior y a que le des tu apoyo; y aunque la cosas no son fáciles, te recuerda que: “No hay galaxia que sobreviva demasiado tiempo sin sus baobabs”.
No te voy a desvelar más cosas. Sus páginas te confían frases catapultadas para la historia. Pequeños-gigantes tesoros que susurran directamente a tu corazón.

Y en mi garganta una canción, como no podía ser de otra manera: In a sky full of people, only some want to fly. ¿No es una locura? – Crazy – Seal.