Un libro de fantasía para todas las edades

“No hay galaxia que sobreviva demasiado tiempo sin sus baobabs”.

Después de descubrir que su primer baobab

había nacido en su corazón, el niño estuvo de nuevo atento a la búsqueda de otro baobab. Uno más bien clásico, como los que enseñaban en la escuela. Él seguiría buscando hasta que lo encontrara. Nuestro niño ―que, por cierto, tenía nombre y se llamaba igual que su bisabuelo, su abuela y su padre; un nombre bastante común en la zona― era así. No se rendía fácilmente.
―Había una vez un baobab chiquitito, había una vez una baobab chiquitita…―cantaba―. Había una vez una baobab Mona Lisa ―él ya sabía que el mundo de los baobabs es muy complicado―. Nace un baobab en tu mundo y se le ocurre dar moras. ¡Qué caprichosos son estos árboles! ―se quejó.

Gulliver tenía ideas terribles,

nada amistosas. Pensaba que nadie iba a echar de menos a Atitesnafro si se perdía por ahí, ni siquiera sus propios padres. Y eso le pareció horrible.
Aquello le agobiaba un más-que-bastante. Se sintió mal, supermal, superkalifragildebilisimamentemal. Una por las malicias todas que se le venían a la cabeza y otra por creer que, de verdad, nadie quería a Atitesnafro. Pese a todo, no se animaba mucho a ser su amigo; resultaba bastante arriesgado acercarse al dichoso niño.
Al final, el mundo era tan complicado como sus baobabs. A la mínima que se despista uno, enseguida le salen espinas, moras… higos chumbos, alcachofas o ciruelas. Estaba empezando a descubrir que lo raro era encontrar algo sencillo. De hecho, el día que encontrara algo así, desde luego que él sí sabría apreciarlo.

La reacción del nubelingo…

elevándose y precipitándose en el espacio fue espantosamente veloz. Esquivaba planetas y galaxias con increíble agilidad, como si aquel viaje fuera su mayor deseo. Gulliver resistió el mareo inicial y recuperó la calma. Al principio conseguía ver galaxias desapareciendo rapidisísimamente de su vista, pero llegado un momento, el espacio oscureció tanto que solo se atrevían a surcarlo tímidos puntos y líneas luminosas. Le costó un poco acostumbrar la vista a aquella visión. Después de varios minutos de vuelo empezó a preocuparse. ¿Tendría suficientes galletas?

 

Fragmentos del libro

BaobaBooks es el nombre bajo el  que autoedito mis libros. Puedes encontrar toda la información sobre BaobaBooks y lo que significa para nosotros – para Miguel y para mí – la escritura y el mundo de los libros.

www.baobabooks.org


Libros autoeditados con cariño y dedicación

 

El Proyecto de BaobaBooks

Reseñas de los lectores

Una joya literaria que me ha devuelto a la infancia de la mano de Gulli y sus aventuras. La narración es muy ágil y las ilustraciones son deliciosas. Gran trabajo de la autora. Muy recomendable para todas las edades.

Opiniones de los lectores

«Una forma de narrar sorprendente. La autora crea un mundo de fantasía y aventuras que engancha desde la primera página a la última. A cualquier niño le encantará leerlo o que se lo lean…
Los dibujos son de una gran originalidad y aportan frescura a una obra para todos los públicos. Ahora además del ebook pienso comprar la versión en papel.»

«Una joya literaria que me ha devuelto a la infancia de la mano de Gulli y sus aventuras. La narración es muy ágil y las ilustraciones son deliciosas. Gran trabajo de la autora. Muy recomendable para todas las edades.»

Eventos y presentaciones del libro.

Más información sobre la autora.

BIBLIOGRAFÍA

Nací un jueves 29 de abril de 1976 en el CHUAC de A Coruña.

Crecí en As Pontes de García Rodríguez. Fui una niña del baby-boom y por eso estudié en varios colegios.

Cursé párbulos y primero de EGB (Educación General Básica) en el Colexio Público de Santa María; segundo en el C.P. de la Magdalena; y terminé el resto de los cursos en el C.P. de Monte Caxado.

En fin, yo quería ser pintora. Con cinco años, en clase de párbulos, gané mi primer premio de pintura. Me regalaron un cuento precioso que hablaba de la madera. Entre otras cosas, explicaba cómo hacer una mecedora usando pinzas.

Hasta octavo, gané todos los años los concursos de dibujo escolar organizados por las editoriales de libros. Mis padres siempre acababan comprando las colecciones y enciclopedias que les ofrecían. Desde pequeña me inculcaron un gran respeto hacia la educación y la cultura.

Lo cierto es que yo dibujaba muy bien. Recuerdo que un año por las Letras Galegas hicimos unos carteles dedicados a todos los homenajeados de esa celebración. Para hacerlos me escogieron en el grupo de escolares que mejor dibujaban. De hecho, creo que yo era la más pequeña. Los carteles eran muy grandes, como de un metro y medio o dos. Mientras que los niños mayores dibujaban miniaturas con mucho detalle en los márgenes; a mí me encargaron dibujar el rostro de Castelao en una proporción enorme. Yo pensé que me dejaban lo fácil. Años después me di cuenta que lo difícil me lo habían encargado a mí.

En séptimo u octavo de EGB quedé finalista nacional en un concurso de Nocilla con el Deporte. Dibujé a dos chicas tenista y una grada de espectadores.

El dibujo es importante para mí, porque yo, como dije, quería ser pintora; y nadie me alentó. Sólo mi profesora de EGB, Mª Covadonga Núñez López, le dijo a mis padres una vez: – “Luisa, nunca debe dejar de dibujar”. Aún las guardo en mi corazón.

En general, fui buena estudiante. Tenía facilidad para escribir. En tercero de EGB después de leer una redacción, la profesora dijo que no sabía que nos expresábamos tan bien.

Realmente, tanto era mi empeño por la pintura, que llegué a presentarme a una prueba de acceso a Bellas Artes que suspendí, pese a que la profesora que me preparó durante tres meses para hacerla, llegó a decir que si yo no la aprobaba no la aprobaba nadie…

Así que empecé (y terminé) Trabajo Social en Santiago de Compostela. Curiosamente, el primer año tuvimos que hacer una redacción sobre nuestras motivaciones para estudiar esa carrera. ¿Y qué redacción leyó la profesora entre las de 100 alumnos que recién empezábamos? Pues sí, la mía. En ella, más allá del hecho circunstancial de haber suspendido la prueba de Bellas Artes, explicaba mi dilema interior entre elegir estudiar algo enfocado hacia mí, que era el arte; o algo enfocado hacia los demás. El arte puede tener un enfoque muy abierto y universal, pero la profesión de trabajo social es única para embarrarse de realidades muy duras.

¿Y por qué a mis cuarenta y tres años me metí a escribir e ilustrar un libro como “El niño que quería un baobab”?
Porque yo soy una niña que quería ser pintora y me decían que tenía que arrancar esa vocación de mi mundo. El texto estuvo terminado en febrero del 2020 y las ilustraciones en septiembre de 2021.

PrincipitoLa obra que lo inspira es El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Intenté leer ese libro cuando era pequeña y no fui capaz. Fue después, cuando tuve 34 años, cuando lo conseguí. Y qué casual, al autor también le gustaba dibujar. Sus temáticas preferidas eran las boas y los elefantes; pero a la corta edad de 6 años abandonó una magnífica carrera de pintor para dedicarse a estudiar cosas más prácticas. De hecho, fueron las personas mayores las que le aconsejaron que se interesara más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así que se hizo aviador y llegó a algún lugar de África donde encontró baobabs. Y el descomunal tamaño de estos árboles le impresionó tanto, que construyó una metáfora comparándolos con los problemas. Se nos dice que en el planeta de los niños nacen muchos baobabs, y nos aconseja arrancarlos en cuanto se distinguen de los rosales; ya que las grandes raíces de estos árboles pueden destruir los pequeños planetas de los niños.

Reconozco y admiro la obra de Antoine de Saint-Exupéry; y agradezco a este autor la oportunidad que me da para transmutar esa metáfora. Con mi historia, confío en haber colaborado a restaurar el símbolo universal del Árbol y a visibilizar la nobleza de su realidad.

El baobab es un árbol que crece en Madagascar, África y Australia. Puede alcanzar enormes alturas y vivir miles de años. Provee a sus poblaciones de agua, refugio y alimento. Entre sus muchas propiedades, es rico en vitamina C y contiene más calcio que la leche de vaca.

La naturaleza del árbol es beneficiosa; y para mí, como metáfora, simboliza los gigantes potenciales que nacen en el mundo de los niños; y que la sociedad llama a arrancar. Hasta ahora, han sido pocos, los niños con fuerza para creer en sus sueños y cuidar de sus baobabs.

Este libro, El niño que quería un baobab, viene a invitarte a que abraces a tu niño interior y a que le des tu apoyo; y aunque la cosas no son fáciles, te recuerda que: “No hay galaxia que sobreviva demasiado tiempo sin sus baobabs”.
No te voy a desvelar más cosas. Sus páginas te confían frases catapultadas para la historia. Pequeños-gigantes tesoros que susurran directamente a tu corazón.

Y en mi garganta una canción, como no podía ser de otra manera: In a sky full of people, only some want to fly. ¿No es una locura? – Crazy – Seal.

El niño que quería un Baobab

El niño que quería un Baobab